Esta semana hemos podido escuchar una noticia que ha sorprendido a toda la comunidad médica internacional.
La noticia fue que el médico estadounidense Ian Crozier tratado por ébola en Atlanta el año pasado y declarado libre del virus en su sangre tras más de un mes de tratamiento, presentó unos dos meses después de haber sido dado de alta del hospital, un dolor penetrante en el ojo izquierdo acompañado de una bajada de visión y una gran subida de la presión ocular.
Después de repetidas pruebas, los médicos descubrieron que el virus aún vivía en su ojo y que estaba generando una inflamación interna, meses después de haberse considerado libre del virus. Lo que más puede sorprender es el hecho de que durante el proceso el color de su ojo izquierdo varió de azul a verde.
Realmente lo que estaba ocurriendo era que los restos del virus que aún quedaban en su ojo estaban produciendo lo que los oftalmólogos conocemos como uveítis, generando una gran inflamación en la parte interna de su ojo. Esta inflamación además de subir su presión y bajar la visión, provocó que se liberara el pigmento que forma esa parte del ojo y este cambiara su color.
Tras una inyección de corticoides periocular, gotas de corticoesteroides y tratamiento de nuevo para el virus la función de su ojo volvió a la normalidad sin dejar secuelas permanentes en su ojo.
A pesar de la presencia del virus en el ojo, las muestras de lágrimas y la membrana externa del ojo dieron negativo, lo que significa que el paciente no estaba en riesgo de propagación de la enfermedad durante el contacto casual.
Lo sorprendente del caso es el hecho de que el virus después de 2 meses, tras no encontrarse en sangre, permaneciera en los fluidos internos del ojo pudiendo producir síntomas graves, por lo que la comunidad oftalmológica internacional está extremando las precauciones en los pacientes que han sufrido esta terrible infección y que se consideraban “libres de ella”.
Rafael Cañones