Una misma realidad puede ser percibida de manera diferente dependiendo de quién sea el observador: nuestra personalidad, las inquietudes que tenemos, la sociedad de la que formamos parte, la educación que recibimos, las aficiones de las que disfrutamos, son factores que van tamizando la percepción de nuestro entorno.
Además aquellos que han sido tocados con la “varita “de la creatividad, escultores, pintores, poetas, creadores en definitiva, pueden dar una visión totalmente novedosa, para el espectador al interpretar la realidad aparente y colocarla dentro del contexto de las ideas que viven en la mente del creador.
Pero qué duda cabe que diferentes patologías oculares también pueden influir en dicha percepción.
Así, fijémonos en el pintor Claude Monet (París, 1840 – Giverny, 1926), uno de los pintores que crean y definen el impresionismo y que es el exponente de la luz, la modernidad, y de la abstracción, así como de la adaptación a la enfermedad ocular que padeció.
El pintor, muy longevo, comenzó a tener problemas de visión por cataratas, durante el año 1908 en un viaje a Venecia, y percibió que los colores habían cambiado. Él mismo en una carta lo expone de la siguiente manera:
«No logro percibir los colores con la misma intensidad que antes. Los rojos parecen como lodosos, como rosas insípidos, y se me escapan los tonos intermedios, pinto oscuro como en las pinturas antiguas y cuando comparo estos cuadros con mis trabajos anteriores me dan ganas de rasgarlos con la navaja».
Y efectivamente, la catarata modifica progresivamente la sensibilidad al contraste, la percepción espacial y la visión de los detalles, actuando como un filtro amarillo que aumenta la visión de los colores cálidos como los ocres y los marrones y que impide la visualización de los colores fríos, los azules y los violetas que tanto le gustaba utilizar a Monet en sus cuadros.
Dado que solía pintar el mismo motivo repetidas veces a lo largo del tiempo, podemos comparar cuadros pintados antes y después de su enfermedad ocular, como los de la serie de puente japonés construido en su jardín del pueblecito de Giverny, sobre el estanque repleto de nenúfares que va a ser uno de sus motivos de inspiración principales.
Puente japonés versión de 1899: antes de padecer cataratas
Puente japonés versión de 1922 con cataratas
Las diferencias son evidentes, tanto en el colorido como en la forma.
En septiembre de 1922 Monet consulta con el Dr. Carlos Coutela que le diagnostica las cataratas y le indica el tratamiento quirúrgico del ojo derecho. Monet no era un buen paciente y temía operarse pero finalmente acongojado por sus “obras tenebrosas plagadas de marrones, decidió hacerlo. En enero de 1923 se le realiza la intervención quirúrgica del ojo derecho en una clínica de Nevilly en dos sesiones, en la primera se le realiza una iridectomía, reflejándose como incidencia un vómito. En una segunda se realiza la extracción extracapsular de la catarata.
Su oftalmólogo el Dr. Coutela refleja en su hoja quirúrgica:
«Después de la iridectomía y con sólida protección de una largo puente conjuntival (que ahorra la sutura), procedí a extraer la catarata del ojo derecho con aspiración de masas tan completa cómo fue posible. Esa misma noche se había vuelto a formar la cámara anterior; esto fue para mí un gran alivio».
En el postoperatorio Monet estuvo en reposo absoluto durante diez días y a las tres semanas regresó a Giverny con la prescripción de unas gafas provisionales para la afaquia.
El 17 de junio de 1923 y por una nueva disminución de la agudeza visual hubo que realizarle una capsulotomía quirúrgica, que se hizo en su casa de Giverny. Tras la intervención, el pintor se quejaba sobre todo de las aberraciones cromáticas y distorsiones esféricas del cristal del ojo afáquico y de que la nueva visión lo invadía de “colores exagerados y terroríficos”.
Se le prescribieron las gafas definitivas de +14 dioptrías -7 cilindro en el eje vertical en el ojo derecho, y sin corrección con cristal tintado opaco en el ojo izquierdo (en aquella época no existían las lentes intraoculares).
Al contrario que en la catarata, donde el cristalino opacificado dificulta la absorción de pequeñas longitudes de onda, en la afaquia se potencia el espectro azul produciendo una percepción azulada llamada cianopsia y ésto queda de nuevo reflejado en la versión del puente japonés de 1926.
Aunque el pintor tardó tiempo en percibir bien los colores y nunca aceptó operarse del otro ojo, volvió a ver de nuevo con su gafa de afaquia, entrando según sus propias palabras “en una segunda juventud “hasta su muerte.
Puente japonés versión de 1926 con la corrección de afaquia
Así pues ésta es una demostración de que la realidad depende “DE LOS OJOS CON LOS QUE SE MIRA“ y no solo en su sentido figurativo.
Dra Martín
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